Muchos se preguntan por qué la vida es tan injusta. Pero pocos se
preguntan de dónde vienen nuestros principios de justicia.
La injusticia es la causa de que algunas personas sensibles duden de
Dios. Esta es una reacción normal. Sin embargo, la reacción misma da un
indicador de su existencia. Entonces, como nuestros principios de justicia no
vienen del mundo natural, ¿por qué son tan fuertes dentro de nosotros?
Esta pregunta pareciera que no tuviese salida. Si Dios existe, ¿por qué
la vida es tan injusta? Pero, ¿cómo podemos reconocer la injusticia si no
existe un principio de justicia en el mundo natural?
El único que rompe el dilema del principio de justicia es Jesús. No lo
hace por proponer una nueva filosofía, sino por lo que llamamos el Misterio
Pascual - es decir, la Cruz y Resurrección de Jesús.
Jesús nos da unas pistas para poder entender mejor el principio de
justicia:
El apóstol Pedro aprecia su gran
privilegio de poder conocer personalmente al mesías, de escuchar su enseñanza, de
presenciar sus milagros y de ser confiado con una misión. Pero Pedro se pregunta
por los que no reciben estas bendiciones.
“Entonces Pedro le dijo: Señor, « ¿dices esta parábola por nosotros, o
también por todos?» Y el Señor dijo: « ¿Quién es pues el mayordomo fiel y
prudente, que el amo pondrá a la cabeza de la servidumbre suya para dar a su
tiempo la ración de trigo? ¡Feliz ese servidor a quien el amo, a su regreso,
hallará haciéndolo así! En verdad, os digo, lo colocará al frente de toda su
hacienda. Pero si ese servidor se dice a sí mismo: «Mi amo tarda en regresar»,
y se pone a maltratar a los servidores y a las sirvientas, a comer, a beber, y
a embriagarse, el amo de este servidor vendrá en día que no espera y en hora
que no sabe, lo partirá por medio, y le asignará su suerte con los que no creyeron.
Pero aquel servidor que, conociendo la voluntad de su amo, no se preparó, ni
obró conforme a la voluntad de éste, recibirá muchos azotes. En cambio aquel
que, no habiéndola conocido, haya hecho cosas dignas de azotes, recibirá pocos.
A todo el que se le haya dado mucho,
mucho se demandará de él; y al que mucho le han confiado, más le exigirán.»
(Lc 12:41-48)
Dios nos ha dado el don más importante: la fe. La fe es un don singular,
pero implica una responsabilidad correspondiente. El hecho de que algunos
aparentemente no reciban la gracia, no disminuye la responsabilidad. Confiados
con tanto, más nos será exigido. Es por esto que la injusticia es solo la
prueba de nuestra fe.
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